Crónica del taller Situarse (potencialidades y tensiones de un pensar/hacer/mover situado), coordinado por Marie Bardet y Verónica Gago
I.
Pensar y multiplicar con insistencia la pregunta sobre el territorio resulta un desafío de carácter urgente. Justo ahora, cuando nuestro tiempo oscila entre los efectos emocionales del derrumbe político–económico del cuerpo social y los procesos de gentrificación acelerada, tanto de las geografías públicas como privadas que propone la ontología macrista, detenerse sobre las tecno–poéticas del lugar reconfigura el modo de contacto con el mundo, y las resonancias que vibran en cada superficie. Allí, entre la desesperación opaca de un estado desarticulador y la euforia empecinada de nuestros deseos, emergen experiencias que ensayan posibilidades para un nuevo ahora, que socializan herramientas para activar procesos conscientes de politización del cuerpo, torciendo la linealidad del shock neoliberal y reconociendo la potencia insurrecta de otros tiempos del hacer político.
Dibujando con poca precisión un extendido circulo en el suelo, un numeroso grupo de cuerpos se reunió en torno a estas preguntas en el taller coordinado por Marie Bardet y Verónica Gago. Por lo general resulta dificultoso desarmar el imaginario depositado sobre lo que socialmente identificamos como territorio, en especial en el campo de la reflexión política y los movimientos sociales. Pero las preguntas que compartieron las coordinadoras, prontamente expusieron las tensiones productivas que subyacen a esta apertura, y la potencia simbólica de enlazar los aportes que brinda un pensamiento desde el cuerpo, en el devenir de una geopolítica sensible. En estas notas, existe el registro incompleto de algunas de sus resonancias.
II.
Es necesario avanzar sobre una definición de pensamiento situado que pueda extenderse en torno a las nuevas técnicas productivas de lo que entendemos como territorio. Una nueva aproximación que no replique en su estructura interna los criterios topográficos de la mensura estatal, sino modos de representación y reconocimiento que puedan hacer lugar a las geografías extrañas que brotan en el contacto de nuestros cuerpos en movimiento, constituidos por prótesis, singularizados por el placer, atomizados por la represión, clasificados por diagnósticos, expandidos por el ritmo de la multitud, desgastados por la precariedad, y marcados por el colonialismo.
De este modo podemos visualizar de qué forma nuestros cuerpos se relacionan políticamente con múltiples territorios, despertando una serie desconocida de efectos según los movimientos con los cuales se pronuncian. Alterar la imagen social que circunscribe el punto de enunciación a una mera coordenada, invita a una exploración desafiante sobre los potenciales sentidos de los cuerpos en movimiento, tanto así como sus limitaciones y/o peligros. De este modo, frente a la cartografía unilateral de la mesura capitalista, emergen topografías complejas que se asientan sobre las complejidades del contacto entre relieves y superficies, producto del movimiento.
Desde aquí, entonces, sabemos que existen nuevos modos de pensar nuestro lugar. Se intensifican el reconocimiento desde el cual es significado nuestro cuerpo, y el modo en que es tomado en consideración para producir nuevos sentido. Ahora, sin embargo, la pregunta se desplaza. Si los territorios se definen como un proceso de contacto con la experiencia del cuerpo en movimiento, ahora resulta importante cuestionar el lenguaje naturalizado de la acción y los modos de legibilidad de sus desplazamientos.
III.
Nuestros cuerpos son invitados a ponerse de pie. Rápidamente se reparten en el espacio con el que contamos. El trabajo propuesto es paulatino y la contundencia de su significancia se revela con el tiempo del artesano. Cerrar los ojos y sostenerse es el primer ejercicio. Algo que por lo pronto parece simple al ser escuchado, pero que aguarda más de un sentido. Pensar detenidamente en esa suspensión y en la incapacidad de controlar el cuerpo nos recuerda la dificultad de considerar la existencia de un «punto cero», y al mismo tiempo pone en valor la constancia del movimiento como una energía que se expresa de manera gradual en nuestras corporalidades y a través de sus contactos. La actividad avanza, y se incorpora la indicación de preparar pequeños movimientos. Los cuerpos se adelantan, retroceden, se estiran y se contraen. Se relacionan con un punto a elección, focalizan con una imagen o un objeto concreto a su alrededor. Se afectan con ellos, hablan y los escuchan. Los movimientos se enlazan, se entorpecen. Algunos obturan la mirada de otros, pero también se contagian. La red invisible que acontece, en su desorden, se parece al desacuerdo cotidiano de los intereses públicos y privados. Esas disfuncionalidades y atropellos que se interrumpen con la empatía y el acuerdo. ¿Puede ser la poética del gesto un laboratorio sobre los vínculos sociales? Al parecer algo de esto sucede. Pero lo que más cobra visibilidad es el trabajo que las coordinadoras proponen sobre la recuperación de la potencia del cuerpo. Sobre sus alcances, y sobre la permanente mutancia a la que asiste su materialidad. Insistir en la conciencia del movimiento es un proceso que busca intensificar la compleja maquinaria de resonancias en las que nos envolvemos, en las que somos significados, desde las cuales dialogamos y con las que construimos armados sociales.
Concebir nuestro cuerpo de esta manera nos ayuda a pensarnos por fuera de la distinción valorizante activo/pasivo, y nos desafía a imaginar modos extraños del hacer. Narrativas enloquecidas de los movimientos, en el que los valores y las suposiciones construidas en torno a su naturaleza, una vez torcidas, extiendan el umbral de significación de su incidencia política. ¿Cómo imaginar otras direcciones posibles para los movimientos del cuerpo? ¿Cómo dar cuenta de aquellos movimientos suceden sin el privilegio de un nombre? ¿Cuántos desplazamientos somos capaces de imaginar de este modo?
IV.
Volvemos a formar un círculo. Esta vez exponemos lo que logramos hacer cuerpo de esta experiencia. Inmediatamente asociamos esta conversación con el desafío que implica el derrumbe social al que asistimos. ¿Qué clase de acciones estamos llevando adelante? ¿Hacia dónde nos dirigimos, y sobre qué territorios avanzamos? Muchas de nuestras experiencias se entrelazan. Son cientas las estrategias y las historias que superponen la euforia de la resistencia y la eclosión silenciosa del cansancio. Sostenemos un acuerdo: movernos es una necesidad. Pero también se impone la urgencia por experimentar nuevos registros sensibles que alteren el mapa ofrecido por la macropolítica. Sabemos que las potencias de los cuerpos no son algo que podamos conocer con anterioridad, pero de la misma manera la serialidad coreográfica de la acción directa tradicional y las trincheras de la ontologización de los movimientos políticos exigen transversalizar la extrañeza. Reconfigurar la experiencia del cuerpo, los mapas en los que transitamos, los códigos con los que se vuelven inteligibles y las estrategias sensibles que labramos con ellos.
La vibratilidad latente del primer paro de mujeres que acabamos de vivir nos señala un horizonte. Nos recostamos sobre la potencia insurgente de esta acción y nos reconocemos interpelados por la multiplicidad de lenguas que en ella encuentran asilo. Reconocemos en el feminismo un horizonte de renovación política internacional en el que volver a confiar en las potencias inagotables del cuerpo y sus diferencias. Una plataforma extraña desde la que afectarnos sensiblemente e imaginar modos otros de acción política. Es tan grande esta intensidad que la huelga cobra un nuevo sentido, renueva su lenguaje y desafía lo imaginado hasta en la poética del dejar de hacer.
Nos despedimos así, desordenando con alegría la intensidad de nuestros cuerpos reunidos, y habiendo renovado una sensibilidad común sobre otras combinaciones posibles entre cuerpos, movimientos y territorios. Solo nos queda imaginar cómo acceder a nuevos paisajes sociales. Pero estamos en eso, vamos un paso a la vez.