En la calle / Aguafuerte

Por Diego Echegoyen / Notas sobre la performance de calle Abogados Manteros

Viernes 21 de Octubre de 2016, 12:30hs; Florida y Lavalle, CABA.
Me ubico en la única esquina con sombra y sin local a la calle de esa intersección. Punto neurálgico del microcentro porteño y corazón de la City, al tiempo que célebre por ser el lugar dónde por primera vez la Metropolitana montó el operativo policial que inició la caza de brujas contra los manteros.


La gente camina tan rápido como puede, elude puestos de diarios, macetas, arbolitos (ésta sí que es una vegetación resistente!), peatones y paseantes. El tráfico humano acá es vertiginoso y no parece haber algo así como una memoria geográfica (tal vez por eso existe la costumbre de poner placas indicando que algo sucedió en un lugar). Sólo se quiere llegar a destino.
Pero hay otros que circulan de otra forma. Una mujer camina con una heladera–carro y vende sándwiches, otro montó un prolijo artefacto para exprimir naranjas en un chango de supermercado y, a pocos metros de donde me ubico, un ciego canta canciones de Nino Bravo.
Todo sobre ruedas, todo literalmente en movimiento.
A mi esquina sombreada empiezan a llegar quienes formarán parte de la acción, por ahora todo es entusiasmo e incertidumbre. Hay saludos, preguntas, ansiedad. ¿Son abogados o performers? ¿O Abogados performers?
En el mes previo al comienzo del Congreso transversal Escena Política, diferentes abogados de todas las ramas han intercambiado sus saberes, han confeccionado una caja de herramientas comunes para poder recibir las consultas de quienes re–corren la peatonal (si es que pueden parar) y para hacerlo se disponen a trabajar como si fueran manteros.
Ellos aceptaron tomar la calle y decir no a la intentona del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires para convencernos de que la problemática de la ocupación de la vía pública es un problema sectorial; un problema que tienen los manteros y vendedores ambulantes, o los sin techo, o las putas, o los cartoneros, o los inmigrantes indocumentados, o las chicas trans, pero sólo ellxs. Y cómo contraparte el GCBA le ofrece al ciudadano medio una cantidad variable pero no escasa de eventos del tipo: mercado de diseño, feria gastronómica, maratones, carreras de autos, noches de los museos, etc., etc., etc.
Eventos dedicados a su comodidad. Eventos controlados dónde nada que no esté pautado pueda suceder.
La acción empieza a tomar forma, los abogados tiran sus mantas, arman allí sus despachos y se disponen a trabajar de manera informal. Incurrir en las mismas contravenciones que incurre el mantero es parte esencial de la acción. La consulta cuesta $2; $5 o $10 y semejante oferta sale como pan caliente. Estos abogados pregonan a viva voz, venden sus saberes a una relación precio/calidad que le hace ver al peatón la ventaja de comprar este servicio callejero, detener su carrera frenética a través del microcentro y hacer una consulta. De repente, no sólo los peatones se empiezan a acercar para ver si es una protesta, un chiste o qué, sino que quienes estaban vendiendo de manera ambulante también lo hacen. La gente que pasa mira y pregunta, algunos se acercan y llegan las primeras consultas que se multiplican.
El mar de gente corre intenso pero estos abogados manteros, ahora sí a pleno sol de mediodía en la peatonal, hacen de represa. Curiosos, polémicos, confundidos, malaleche, genuinamente interesados, desconfiados o atraídos por el potencial escándalo. Hay de todo entre los consultantes.
Los abogados manteros se pasan los casos, trabajan como si fueran un ateneo, piensan colectivamente cómo asesorar a los consultantes. Algunos de ellos son efectivamente manteros, otros están en situación de calle o viven en un edificio tomado con veinte familias más y el desalojo en curso; otros se quedaron sin trabajo y ya no pueden pagar el alquiler o la cuota alimentaria de sus hijos a los que no pueden ver. Los conflictos son complejos y conforman un entramado, no están sueltos. Nadie tiene un sólo problema.
De la misma manera, la problemática de la ocupación de la vía pública (y por extensión, del espacio público en general) necesita ser entendida como una problemática entramada que no puede reducirse a un sector y mucho menos pensar que la solución al conflicto sea quitar a ese sector de la vía pública. Borrar su existencia, negarla. La solución, si es que la hay (ya que por otro lado no existen herramientas legales para absorber la totalidad de este conflicto que es a todas luces rizomático), nos exige como sociedad, como colectivo, un trabajo de reflexión y toma de decisiones que atraviese las clases, los sectores, los oficios y profesiones, los géneros y las generaciones.

Más allá o más acá de toda posible solución es necesario observar que esta problemática nos atraviesa a todos: a los sectores a los que se pretende borrar del mapa pero también al empleado de un banco o una oficina de turismo, a la empleada estatal, al del local de ropa, al jubilado, al de la pizzería, la estudiante, el colectivero, la abogada, el médico, al de la agencia de quiniela, al del puesto de diarios, flores, kiosco, todas, todos, todxs; y en la medida que la solución propuesta sea siempre marginar, acotar el espacio, poner rejas y tolerar únicamente los eventos controlados, seremos nosotros los ciudadanos los que perderemos. Y no perderemos únicamente el acceso al espacio público, como si fuéramos meros usuarios. Perderemos la oportunidad de pensarnos colectivamente como no lo hemos hecho nunca, de tomar posición y de enunciar nuestra opinión respecto de los conflictos que nos atraviesan como colectivo y a cómo resolverlos, si es que eso es posible.
Ningún problema se resuelve verdaderamente sin la tensión de la discusión, evitar la tensión y la discusión no resuelve el conflicto, sólo le quita la voz y el derecho a participar de la misma a una de las partes en conflicto y aplaza las cosas. No se trata de evitar los conflictos, sino de abrazarlos colectivamente.
Es la representación la que está en crisis.

La vía pública, la calle, es el verdadero termómetro de lo que pasa en una sociedad. Ese intercambio entre las personas y esa presencia nuestra es parte de lo que nos constituye como ciudadanos. Somos ciudadanos, no queremos esa versión edulcorada en clave marketinera y despolitizante de «vecinos», ejercemos nuestros derechos con el cuerpo en la calle porque no hay otra manera.